Autor: Daniel Benitez

Pocos son los que no se dejarían tentar por lo barato, lo gratuito, el obsequio de cortesía de un nuevo producto que se intenta introducir en el mercado…

Pretendo explicar de ahora en más que en lo relacionado con el padecer humano las cosas se dan de manera muy diferente.

Cuando realmente queremos intervenir en algo que nos genera sufrimiento, incomodidad, malestar: lo primero que nos viene a la cabeza es “no quiero seguir así”, “necesito hacer algo…”.

Ahora la pregunta sería: “¿qué estoy dispuesto a invertir, a perder, para ganar una mejor calidad de vida?”.

Tengamos en cuenta esto: nada es más costoso que andar por la vida con nuestra enfermedad psíquica a cuestas, esto, tarde o temprano, redundará en el costo económico de malas decisiones, problemas laborales, de relación y lo peor de todo; enfermedades del cuerpo resultantes de nuestra tristeza o mal vivir.

Independientemente de los honorarios de un psicólogo, es necesario que el sujeto que sufre realice un movimiento económico, un gasto, no exclusivamente en términos monetarios, que esté dispuesto a invertir en mejorar su calidad de vida.

Poco valora su bienestar aquella persona que no aceptaría invertir nada en él mismo y sólo espera soluciones mágicas que no le demanden tiempo, dinero, ni sacrificio alguno. E ahí donde se generan todas las resistencias y abandonos a nuestra lucha por estar mejor, nos resistimos a cambiar, nos enamoramos de nuestro malestar por raro que eso parezca y nos refugiamos en una queja que se convierte en nuestra sombra.

Recuerdo mis épocas de recién recibido yo hacía mis prácticas en un hospital público estatal y gratuito donde el paciente de muy bajos recursos económicos se atendía allí sin desembolsar dinero, pero estas personas tenían muchas ganas de vivir mejor, el gasto, el interés, la implicación con el tratamiento residía en levantarse de madrugada, viajar kilómetros, esperar turnos de meses para poder ser atendido por un profesional y esto en si mismo funcionaba como pago para el sujeto.

Desconfiemos de quien nos propone una solución a nuestros problemas de manera breve, fácil y barata, ¿tan poco vale nuestro bienestar?, ¿tan poco importantes somos?

Propongo valorar la posibilidad de mejorar nuestra vida y como todo en la vida implica un esfuerzo y un gasto, ¿acaso podríamos bajar de peso con solo anhelarlo?

Los padeceres de la vida moderna nos ubican en coordenadas difíciles que no podemos resolver fácilmente sin ayuda… Está en cada uno tratar de darle la importancia y el valor a sus propias ganas de mejorar.

Aquel que realmente quiere intervenir en su propio sufrimiento necesariamente tiene que aceptar pagar por ello.